domingo, 12 de diciembre de 2010

Su crítica es mi satisfacción

Visite al camello y siéntase identificado
El parche antes de la herida
Echado todo el día. Sólo se levanta para tomar agua o comer. No reacciona a los llamados. No se ofenda, es el camello del Zoológico Metropolitano.


Estar en lo más alto del Zoológico Metropolitano –más arriba que el león, mal llamado rey de la selva- tiene sus ventajas y restricciones: le otorga una especie de estatus al camello por sobre los demás animales, pero pocos son los que se animan a llegar a ver al número 35. Sí, aquí enumeran a sus mascotas. Qué curioso. No confundir con los mineros, que eran sólo 33.
El camello. Mamífero que pesa más de una tonelada y mide cerca de dos metros, ¿qué hace viviendo en Recoleta en vez del suroeste asiático? El clima del barrio Bellavista no es precisamente estepa o desértico. Ahora es cuando saltan los defensores de los animales alegando por las condiciones de vida de los reclusos. Del hacinamiento que sufren, por ejemplo. El fin de semana, mientras analizaba, casi científicamente, al Camelus bactrianus, me topé con un tipo que me irritó al escucharle decir “pobre camello, mira su pelo, ‘ta jugando los descuentos ya”. Viejo tarado. ¿Acaso no sabe que los animales pelechan en verano porque no necesitan tanto pelo? Es la única forma que tienen para desabrigarse. Claro, la mayoría piensa que es un viejo tiñoso. Pero, ¿cuántos se detienen a pensar en la verdadera razón?
Cualquier funcionario de zoológico argumentaría que les alargan de 30 a 40 años de vida. O que los están salvando de la, tan temida, extinción. Porque, siendo sinceros, ¿quién conoce la situación de los camélidos entre el desierto de Gobi y Mongolia? No muchos. Quizás sea ese típico afán humano por querer controlarlo todo, interfiriendo en el curso de la naturaleza.
Surge la duda, ¿cuál es el precio que pagan los camellos? Al fin y al cabo, el animal no posee la capacidad de tranzar. La decisión es humana. El caso es bien parecido a la relación patrón-obrero. El minero chileno lo ha pagado desde el comienzo. Pasó con el salitre y la Escuela Santa María de Iquique. Lo sufrieron los carboneros del Chiflón del Diablo. Y ahora le toca a la –no tan- gran minería del cobre.
Vivimos en un país que sólo responde ante las catástrofes. ¿Cuántos pensaron en los reos antes del incendio de esta semana? Los conflictos pascuense y mapuche contra el Estado llevan décadas. Y aquí estamos, de brazos cruzados. Es momento de ponerse de pies, quitarnos las cadenas     –que nosotros mismos, camellos, dejamos que nos pusieran-. No es una revolución, simplemente aprendamos a ponernos el parche antes de la herida.

Atte, el Poeta Urbano